Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón

Somos una nación indivisible de la guerra, un país teñido de rojo sangre desde su fundación. Somos hijos (todos) de una guerra que, aunque nos han dicho que es diferente, es la infinita repetición de un ciclo alimentado por la tolerancia.

Toleramos al otro en la cotidianidad, soportamos aquel “diferente” mientras nos aseguramos de señalar lo que nos hace distintos, lo que no somos, lo que no seríamos. Pedimos respeto pero no lo entregamos: usted no sabe quién soy yo.

Yo, el bibliotecario, también soy profundamente violento. Nací en una de esas guerras en medio de la ciudad más violenta del mundo (la Medellín de los 80s), crecí escuchando que “el vivo vive del bobo” y que “lo malo no es hacer trampa, lo malo es que lo vean”. El otro no existía mientras no me fuera útil.

Hoy, en un mundo de burbujas digitales, nos alimentamos de acercanos a los iguales y alejarnos de los diferentes. No existe el otro si es distinto a mí, no le doy mi tiempo, no le leo, no le escucho, no lo siento… somos felices en tanto nuestra conversación cotidiana (mayoritariamente digital) refleje lo que somos, mientras sea una perfecta cámara de eco para nuestras creencias. Si algo no nos gusta, si alguien no nos complace, bloquearlo es más fácil que escucharlo.

En Colombia no existimos como sociedad, no lo somos hace mucho tiempo. Vivimos del otro, tememos al otro, bloqueamos al otro, matamos al otro. En Colombia nos ESTAMOS matando todos los días, con balas y con palabras.

¿No tenemos esperanzas? No en las calles, no en las armas, no en la tolerancia, no en las reformas, no en las redes sociales, nisiquiera en las bibliotecas. El cambio que nos debemos, para el país que soñamos, comienza con una sola actitud de corazón: la confianza. Cuando confiamos, escuchamos y nos permitimos entender la perspectiva del otro: la otredad como parte consciente de nuestra identidad.

En medio de una situación social como la actual, podemos empezar a construir esa confianza preguntándonos:

  1. ¿Cuáles son las noticias que le llegan a aquellos que no son como nosotros? ¿hemos leído algunas de ellas? ¿cuál sería nuestra realidad si sólo accediéramos a esas noticias? ¿Verifican ellos la veracidad de la información que comparten? ¿Puedo confiar en la imparcialidad y seriedad de las fuentes que ellos consultan?
  2. Si ellos solo leyeran las noticias que yo comparto, ¿Cuál sería su perspectiva? ¿Representan esas noticias, las que yo comparto, exclusivamente un punto de vista? ¿Puedo confiar en la imparcialidad y seriedad de las fuentes de información que yo comparto? ¿Verifico la veracidad de la información que comparto?
  3. ¿Estoy abierto a compartir y conversar con el otro sobre lo que descubrí en este ejercicio, la forma en que vemos, lo que leemos, lo que escuchamos y lo que entendemos como realidad?

Irónicamente, la confianza comienza al COMPARTIR LA VISIÓN del mundo con el lente de un pensamiento crítico.

Armémonos de valor, conversemos.

2 comentarios en “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón

  1. Excelenta! Santiago. Una visión critica y a la vez esperanzadora ante estos momentos de tristeza y desazón. Abrazos

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